viernes, 25 de mayo de 2012

Meat loaf y el extraño cuadro flamenco en Virginia


En los años 70 los estadounidenses no acostumbraban a viajar fuera de su país, excepto los de la Navy que, como cantaban los Village People eran los que podían surcar los siete mares, bucear, volar, aprender ciencia, tecnología, oceanografía y, en definitiva hacer sus sueños realidad, que ya es decir. El resto de ellos nos veían a los europeos en general como gente rara y a los españoles en particular como gente ya exótica y medio moros, que hasta uno me preguntó un día: España, ¿cae antes o después de la India?, y a mí se me puso una carita...

Un día llamaron a casa los de la tele del estado de Virginia, para invitar a mi hermana Rosa a un programa matinal, de esos que ve la gente mientras desayuna, para que bailara flamenco y de paso hablaban de la colonia de españoles de la zona. Rosa siempre ha bailado flamenco estupendamente, ella fue la que más aprovechó los años de clases de baile con el maestro Rosén en Málaga donde fuimos todas nosotras. Así que me dijo:
- ¿Te vienes a bailar conmigo a la tele?
- Pues bueno.
- Que dicen que si podemos ir unas cuantas, en plan cuadro flamenco.
- Pues bueno.

Avisamos a todas las españolas pero sólo se atrevió una amiga de Rosa, que era de Cádiz y estaba casada con un norteamericano, al resto le daba vergüenza, no sé porqué, las únicas que teníamos que bailar éramos Rosa y yo. Y me acordé de mi amiga Bernardette, una francesa que estaba allí de au pair y resulta que dijo que sí, total como le dije que era para hacer bulto, pues no le importó. Ya éramos cuatro y al final también llevamos a la hija de la amiga de Rosa, una preciosidad de cinco añitos.


Cuando ya se nos había olvidado el asunto, llamaron para decir que la semana siguiente grababan el programa. Elegimos la música, nos probamos los trajes de gitana, a Bernardette le pusimos uno de Rosa y el día convenido nos presentamos en la emisora. Llevábamos el disco con la música,  los trajes, cuatro sillas de enea con su mesita a juego, unos mantoncillos y hasta un botijo y un cántaro de barro para dar ambiente andaluz.

Ya preparadas, entramos en el plató y nos recibieron los presentadores que nos miraron y preguntaron si éramos las españolas, porque la única morena, morena, era Rosa. La gaditana, castaña clara y Bernardette, la nena y yo rubias con los ojos azules. Quedaba raro. Bernardette no dijo ni pío porque habíamos quedado en que no hablara, por si acaso. Encendieron los focos y ya no veíamos nada, vaya luz más fuerte.

 Hicieron las pruebas de sonido  con la música, nos dijeron que acompañáramos tocando las palmas y fue espantoso: las españolas íbamos cada una a nuestro aire, Bernardette parecía estar matando mosquitos entre las dos manos y la pequeña aplaudía con un entusiasmo digno de su corta edad.

- ¡Un momento, un momento! Este jaleo no queda nada bien, dijo alguien desde las alturas.
Entró al círculo de luz, uno con los cascos puestos.
- Podríamos quitar el sonido ambiente, pero lo necesitamos para el zapateado, dijo el muchacho.
- Ah, no hace falta, el disco ya tiene todo eso, dije yo porque era verdad, además, vamos a bailar algo que no es de taconeo, más bien es de contoneo. Era unos tangos de Cádiz de El Pericón de Cádiz, que los cantaba como nadie. Asunto arreglado.


Al terminar, reapareció de las tinieblas el de los cascos, esta vez con un señor alto y enjuto como una espingarda, vestido de negro con una camisa blanca abotonada hasta el cuello, gafas de pasta negra, un sombrero cordobés que le iba como a un Cristo dos pistolas y una guitarra eléctrica. Era uno de Oregon, aficionado a todo lo español que iba a tocar algo para poner el broche final al espectáculo. Se sentó, nos pusieron a todas a su alrededor para hacer bonito y se arrancó con La Cumparsita. No pude más, solté una carcajada y se oyó de nuevo la voz de las alturas.
- A ver, la que se ríe: un poco de seriedad, que no tenemos todo el día. 

Me disculpé, el de Oregon empezó otra vez con el tango y casi al final se equivocó pero nadie dijo nada. Ahora sí que habíamos acabado. Nos despedimos muy agradecidos todos, los de la tele porque habíamos ido, y nosotras porque nos habían invitado. El de Oregon desapareció en la oscuridad como tragado por un agujero negro y nunca más volvimos a verle. Al día siguiente pasaron la grabación y lo último que se vio fue a Rosa con los brazos en jarras, moviendo la flor de lo alto de la cabeza a los lados y mirando al techo con gesto de desesperación, justo al equivocarse el amante de todo lo español-argentino. La voz que hablaba desde las alturas estuvo una temporada a base de tranquilizantes, seguro.

Esta receta la aprendí allí, es un pan de carne o albondigón al horno, pero no me gusta demasiado esa traducción, siempre lo hemos llamado Meat loaf en casa y le encanta a todo el mundo.

Ingredientes.
1 kg y 1/2 de carne picada. Yo suelo poner 1 kg de ternera y 1/2 de cerdo, pero eso es a gusto de cada uno.
1 pimiento verde.
1 cebolla.
2 ó 3 dientes de ajo.
1 taza de pan rallado.
1 buen ramo de perejil.
2 huevos cocidos.
2 huevos crudos.
Salsa ketchup de buena calidad.
Sal.
Pimienta negra recién molida.

Elaboración.
Colocar la carne en un cuenco. Añadir el pimiento, la cebolla, los ajos y el perejil troceados muy pequeños. Salar.
Batir los dos huevos y mezclar bien con la carne.
Añadir el pan rallado y unirlo todo bien.
Darle forma de barra de pan en la fuente de horno. Abrir un hueco en cada extremo e introducir un huevo cocido en cada uno. Volver a cerrar.
Cubrir con el ketchup y entrar al horno precalentado a 180º durante hora y media o hasta que al pincharlo con una brocheta, salga el jugo claro.
Dejar enfriar, lonchear y servir.






domingo, 13 de mayo de 2012

Ensalada de lombarda, el mes de las flores y las Primeras Comuniones


Qué bonito es el mes de mayo, florido y hermoso como dice el refrán. Y además de eso, el mes de María cuando yo era niña. Porque yo he sido niña, palabrita de honor, no he tenido siempre esta edad.  Es más, yo nací de recién nacida, es decir, con cero días y tres kilos escasos de peso, que se dice pronto.

Pues cuando yo era niña, nada más empezar el mes de mayo, teníamos que llevar al colegio flores para la Virgen María porque para eso era su mes. Y cantábamos aquéllo de Veniiid y vaaaamos toooo-dos, con floooo-res a porfíiii-a, con floooores aa Maríiiii-a, que maaaadre nueeeestra es. Y aquí empezaban los problemas, porque ¿quién era porfía? Yo lo pregunté una vez, y me mandaron directamente al diccionario.

También era el mes de las Primeras Comuniones que, en mi época eran preconciliares, el Vaticano II vino después. Hacíamos la Primera Comunión a los siete años y no nos daban catequesis, eso que nos ahorrábamos, pero en cambio teníamos que aprendernos entero el Catecismo de El Padre Ripalda, un libro larguísimo a base de preguntas y respuestas, como el Trivial pero sin quesito.

El día de la Primera Comunión, era el importante. Recién confesada del día anterior, procurabas portarte extrañamente bien por aquéllo de no pecar, por lo menos hasta después de ese día, que no era plan de buscar un confesor de urgencia de madrugada. Te levantaban tempranito, te daban un vaso de agua todo lo más porque había que guardar el ayuno desde la noche antes para estar limpia de alma y cuerpo. Menos mal que todavía no se había inventado la limpieza de colon, que si no...

A las niñas de los años 60 nos vestían de Sissi Emperatriz, aunque a mis hermanas y a mí nos vistieron al estilo de Eugenia de Montijo, llevábamos mantilla. Esta soy yo, el día de autos.


No nos faltaba un perejil: guantes de encaje, misal con tapas de nácar, rosario de nácar y eso que se ve  colgando de la cintura que parece un envase de Häagen Dazs pero de tul y encaje, era la limosnera, donde te metían dinerillo como regalo.

Era todo un ceremonial, que llevábamos angelitos y todo de acompañantes, yo fui angelito en la comunión de una hermana mía mayor que yo, me pusieron una túnica de raso de color celeste, con una coronita de flores y tuve que pasarme toda la misa con las manitas juntas que parecía que me las habían pegado con pegamento Imedio, el Superglú no existía.

También yo llevé un angelito, que era una niña tres o cuatro años más pequeña, se llamaba Antoñita pero ni parecía angelito ni nada, era morena y en aquel tiempo los angelitos se estilaban rubios por mucho que Antonio Machín pidiera al pintor-que-pintas-con-amor que pintara angelitos negros que también los quería Dios. Encima, la habían peinado con unas trenzas gordísimas y era pava, pava. Me pasé todo el camino al altar diciéndole niña... niña... anda un poquito más... Esa niña se movía a pasitos muy cortos, llegamos todas amontonadas detrás de ella, como en los atascos de tráfico.

La misa era entera en latín, llegaba el cura que ni nos miraba, y decía Introibo ad altarem Dei, que en traducción libre era algo así como vamos a empezar, que nos pilla el toro. Estaba todo el rato vuelto de espaldas, nos aburríamos de verle la tonsura o coronilla todo el tiempo; sólo se volvía para mandarnos rezar Orate frates, para saludarnos de vez en cuando con un Dominus vobiscum, y cuando acababa, Ite missa est, o dicho de otra forma eso ha sido todo, que era lo que más nos gustaba.

No nos dábamos la paz, lo de los besuqueos en la iglesia no estaba bien visto, formalidad era lo que había. En cambio, renunciábamos a Satanás, a sus pompas y a sus obras y prometíamos seguir a Jesucristo hasta la muerte. Lo de las pompas, otra indefinición que asociaba yo a las pompas de jabón, con lo que me gustaban, pero las de Satanás debían ser dañinas o algo así.

El momento de la Comunión era el más solemne de todos. Nada de estar de pie, tomar la ostia con las manos y masticarla, qué son esas confianzas. De rodillas en el reclinatorio, había que abrir bien la boca, sacar la lengua lo más que podías, el cura depositaba la Sagrada Forma en la lengua, entonces tú metías la lengua otra vez dentro de la boca, pero no se podía masticar, de modo que se pegaba al paladar superior y tenías que liarte a darle lengüetazos con la boca cerrada para despegarla, se nos ponía unas caras muy raras. Lo de comulgar entonces, era de lo menos decoroso, con tanto visaje desenfrenado.

Y para terminar tan glorioso momento, tuve que recitar en el altar una interminable poesía a Cristo Crucificado, que no sé yo de quién fue la idea porque éramos seis o siete comulgantes y me tuvo que tocar a mí. Me la aprendí de cabo a rabo, y ahí comencé a sospechar que mi destino era salir de artista invitada en todos los actos religiosos o laicos, siempre me pasa lo mismo, es que no aprendo.



Ingredientes.
1 col lombarda de tamaño medio.
3 manzanas, he usado bella doncella para darle un toque dulce.
Bacon ahumado en lonchas.
Nueces crudas peladas.
Aceite de oliva.
Vinagre de frambuesa.
Sal.

Elaboración.
Lavar la lombarda y trocearla en juliana fina. En la mandolina se hace rápido y cómodo, pero si no tenéis, a cuchillo como toda la vida.
Cocer la lombarda en agua hasta que esté tierna pero entera.
En una sartén dorar las lonchas de bacon hasta que estén crujientes. Reservar.
En la grasa que han soltado, cocer las manzanas troceadas hasta que estén tiernas, cuidando de que no se reblandezcan demasiado.
Añadir entonces la lombarda, salar y rociar con vinagre de frambuesa.
Colocar en la fuente de servir.

Nota. Si la vamos a comer caliente, añadir ahora el bacon troceado y las nueces. Si la queremos tomar fría, esperar al momento de servir y añadirlos entonces.







martes, 1 de mayo de 2012

Mermelada de nísperos, caramelos de miel


Cuando las niñas eran pequeñas, íbamos todos los sábados a hacer la compra de la semana al Mercado Central. Antes, desayunábamos churros en el Café Central. Las niñas tomaban cola-cao y como no anduviéramos listos avisando que les pusieran un poco de leche fría, se lo traían hirviendo y teníamos que andar cambiando el cola-cao de un vaso a otro como si fuera el trasvase Tajo-Segura, para enfriarlo porque si no, nos daba la hora del almuerzo allí. Manuel y yo, tomábamos café.

Estábamos muy organizados. Primero parábamos en el puesto de las patatas, lo que más pesa, al fondo del carrito. El dueño del puesto resultó ser un filósofo, nunca le pregunté si había ido a la universidad o no, me traía sin cuidado, era un hombre inteligente. Un día que me hacía ver el buen aspecto que tenían las patatas, le dije
-Sí, sí, pero los sentidos son engañosos.
- Sí señora, ya lo decía Platon, pero éstas están sanas, además.
- Ah, esa es una hipótesis que habrá que intentar falsar para comprobar si es cierta o no, contesté siguiendo la broma y la conversación, divertidísimos los dos.

A partir de ahí, y como siempre aparecíamos temprano, charlábamos Manuel, el del puesto y yo de lo divino y humano, no solía haber mucha gente. Hasta que un sábado llegó una señora a la que tocó esperar - santa paciencia - tres o cuatro minutos a que termináramos la tertulia. En esto que, el tendero filósofo agarró una cebolla tierna por el tallo, se la puso delante como si fuera un micrófono, y le soltó.
- A ver, María, ¿y usted qué opina de todo esto?
- Ay, ay, quita, quita, ¡Digo, con el hombre este! El susto que me has dado, so puñetero...
Ciertamente era un filósofo, tenía sentido del humor.



La siguiente parada era en nuestro carnicero de cabecera, el único al que todavía compramos en Atarazanas. Después, el pescado. En los mercados tienes que aguantar que te engañen unas cuantas veces, hasta que ya te conocen y pasas a la categoría de clienta y es entonces cuando te tratan bien de verdad. Hay un puesto de pescado donde nunca llegué a esta categoría, no llegamos a congeniar. Me fui al de su yerno que tenía otro frente a éste y me decía siempre espere, que a usted le voy a sacar el género que tengo aquí abajo, que es mucho mejor. Falso, de vez en cuando me daba cada unas largas cambiadas increíbles, hasta las niñas se daban cuenta, y ya decíamos a coro ¡nonono, lo de encima de la mesa está bien! De los escarmentados, nacen los avisados. Cambié de puesto.

Por último, la fruta y verdura en el puesto de Las Niñas, que ya no están, lo han vendido. Eran encantadoras, la madre y las hijas. Nada más aparecer los nísperos llegando mayo, mi Manuel, al que toda la fruta excepto las naranjas Grano de Oro, le parecen ácidas,  preguntaba a Carmela, la dueña del puesto.
- Estos nísperos, ¿están dulces?
- Caramelos de miel, caballero.
Todos los años igual, todos los años las mismas dos frases, y todos los años los nísperos le seguían pareciendo algo ácidos. Y mira que se lo digo: Manuel, Manuel, que la fruta no son caramelos de miel, hombre... Pero si yo me empeño, mi Manuel come nísperos como caramelos de miel, por eso hace ya años que los hago en mermelada, dulces de verdad.


Ingredientes.
Nísperos.
El mismo peso de fruta limpia y troceada, de azúcar.
El zumo de un limón.
200 cc de agua por cada kg de fruta.
1/2 cucharada de agua de azahar.

Elaboración.
Pelar y deshuesar los nísperos. Pesarlos y ponerlos en una olla.
Añadir el mismo peso de azúcar que de fruta, el zumo del limón y el agua.
Cocer a fuego medio durante 15 minutos. Remover de vez en cuando, no hace falta espumar.
Dejar que se enfría del todo, y volver a hervir a fuego medio durante 30 minutos, al cabo de los cuales, se añade el agua de azahar.
Triturar ligeramente.
Hervir los tarros de vidrio y las tapaderas en agua durante 10 minutos y dejar enfriar en una rejilla, hasta que estén secos.
Llenarlos con la mermelada caliente y darles la vuelta hasta que se enfríen, así se consigue el vacío.