Cada vez que compraba algo para la casa, desde que nos casamos, Manuel y yo teníamos el mismo diálogo que consistía básicamente en contestar tres preguntas, a las que seguía una conclusión.
1º. Éso... ¿Qué es?
2º. ¿Para qué sirve?
3º. ¿Dónde lo vas a poner?
4º. Conclusión: no cabe.
Como el día que llegué con una mesita velador, que seguimos el guión acostumbrado:
- Manuel, ¡mira lo que he comprado!
- Éso, ¿qué es?
- Hijo, por Dios, una mesita velador... Yo diría que un tablero redondo de madera con taracea, sobre un pie, también de madera que acaba en tres patas pequeñitas, no tiene misterio ninguno.
- Y ¿Para qué sirve?
- Pues para poner una lamparita de lectura, o un jarrón pequeño con flores, o el libro que estés leyendo... yo qué sé.
- Uhmm... y ¿Dónde lo vas a poner?
- En esa esquina, justo al lado de la butaca orejera.
- No cabe.
Era divertido, porque con el tiempo ya me sabía el protocolo, casi podía anticipar la conversación. Hasta que el día que aparecí con el deshuesador, que me ganó por la mano.
- Mira lo que traigo.
- No me digas más: ¡es un abridor antiguo, sirve para abrir las latas de una manera extraña, lo vas a colocar en el cajón de los cachivaches de la cocina, y sí cabe!
Menos en lo de qué era y para qué servía, acertó en lo demás ¿Es listo o no es listo mi Manuel? De esto hace ya más de 20 años, y contra todo pronóstico, el deshuesador no se ha perdido en ninguna de las mudanzas que hemos hecho, ahí sigue en la cocina, que cada vez está más llena de aparatos, instrumentos y moldes, y todavía siguen cabiendo.
Si yo me pierdo, que me busquen en las ferreterías antiguas de Málaga, que allí estaré mirando embobada los escaparates, que me gustan hasta las hileras de llaves Allen o las llaves combinadas, ordenadas por tamaños, a quien se le diga... Y los muestrarios de tiradores de puertas, o los llamadores de esos que son una manita que agarra una bola, o la cabeza de un león, que yo no me he comprado ninguno porque eso sí que no le iba a hacer gracia a mi Manuel; o los taladros que en Málaga llamamos guarritos, porque los primeros que tuvimos aquí eran de la marca Warrington y claro, como la fiebre de los idiomas no había llegado se quedó en guarrito, de manera que si un malagueño te dice que va a por el guarrito para hacer un agujero en la pared, no hay que creer que se va a liar a dar golpes con el cerdito Babe, es que va a por el taladro, cosas nuestras.
Y es que en las ferreterías no me importa esperar mi turno, sobre todo si hay algún fontanero comprando esas cosas que piden ellos: codos, tuberías de tanto y cuanto de diámetro, latiguillos, sifones... que no sé cómo tengo valor, porque todavía recuerdo el primer fontanero que vino a casa, y cuando llegó Manuel le dije tan tranquila que había tenido que cambiar el bote sinfónico, no podía parar de reír y se tiró una temporada diciendo: oye... ¿Y cómo dices que se llamaba éso que tuvo que cambiar el fontanero? Pues por lo que me cobró, bien podía tener música.
El deshuesador viene muy bien para vaciar las aceitunas y las cerezas que, si os gustan tanto como a mí y hacéis mermelada, ahorra mucho trabajo.
Ingredientes.
Cerezas en su punto de madurez.
El mismo peso de fruta limpia y deshuesada, de azúcar.
El zumo de un limón.
Un chorrito de Kirsch (opcional).
Elaboración.
Lavar, quitar el rabillo y deshuesar las cerezas. Pesarlas.
Pesar la misma cantidad de azúcar blanquilla normal. También se puede poner mitad y mitad de azúcar blanquilla y azúcar moreno, pero entonces el color no queda tan brillante, se oscurece un poco.
Colocar en una cazuela amplia el azúcar y las cerezas por capas, empezando y terminando con azúcar. Dejar reposar unas horas, yo lo dejo toda la noche en el frigo.
Añadir el zumo del limón, y llevar a fuego medio. Remover a menudo.
No es necesario espumar.
A los 30 minutos, aproximadamente, estará lista. Se comprueba echando unas gotas sobre un plato limpio, poner el plato vertical, y deben resbalar muy lentamente.
Apartar del fuego y triturar con la batidora de mano hasta conseguir la textura que queramos.
Por último, verter el Kirsch.
Llenar los tarros en caliente, tapar y dejar enfriar boca abajo para que hagan el vacío.