martes, 15 de enero de 2013

Mantecados de Reme y la medida del tiempo


Me he atascado con esta entrada. Después de estar todas las Navidades haciendo mantecados, no he encontrado el momento de subir la receta. Habrá quien diga que más vale tarde que nunca, y habrá quien piense que a buenas horas mangas verdes, según sea de un grupo u otro, porque hay dos grupos de personas: las que corren todo el tiempo para llegar, como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas; y las que llegan aunque sea tarde, pero llegan. Yo soy de estas últimas, lo de la puntualidad británica no va conmigo y además eso es una leyenda urbana, porque hay británicos impuntuales. Mi amigo Charles sin ir más lejos, que cuando aparecía todo el mundo miraba el reloj pensando que habíamos llegado demasiado pronto, y era justo lo contrario.


La culpa de todo la tiene quien fuera el que inventó el reloj de pulsera. Antes de eso, la gente quedaba a una hora más o menos, sin tener que ser 'en punto', que encima se ponen muy pesados avisando que no llegues tarde, como si fuéramos a apagar un fuego, qué manía con las prisas. A ver, que en la Antigüedad, supongo yo, que quedarían al pie de la estatua de Atenea Promacos, en la parte que mira a La Casa de las Arréforas, a media mañana, pongo por caso. Y la gente se veía, charlaban de sus cosas, hacían negocios..., está documentado. Medían las horas observando el sol durante el día y las estrellas durante la noche. Los días nublados, todos llegaban tarde. Cierto que estaban los relojes de sol, las clepsidras y los relojes de arena, pero no se sabe de nadie que anduviera por ahí cargando una clepsidra. Es que eran para cronometrar el paso del tiempo, no daban la hora ni nada.


En la Edad Media, ya intentaron poner un poco de orden a base de campanazos de las iglesias, que tocaban las horas litúrgicas pero con esto pasó como con todo, una vez que te acostumbras, ya no echas cuenta. Luego pusieron los relojes en las fachadas de los Ayuntamientos, los que tenían dinero se sumaron a la moda en sus casas, y ahí empezó la división de los seres humanos en puntuales e impuntuales.


Los genes que he heredado yo, deben ser de la Alta Edad Media por lo menos; los de mi Manuel, de relojero suizo, pero de los que adelantan el reloj media hora por lo que pueda pasar. El día de nuestra boda, estaba yo en pleno proceso de maquillaje cuando sonó el teléfono.

- Niña, que es Manuel, que ya están él y su madre en la Sacristía de la iglesia - dijo mi hermana Rosa.
- Pero ¿qué hora es? - quise saber yo mientras guiñaba un ojo y abría la boca para pintarme las pestañas del otro ojo.
- Las cinco y media.
- Demasiado pronto, la boda es a las seis y la iglesia está aquí al lado.
- Qué cuajo tienes, hija mía - soltó mirándome como si viera un fenómeno de feria.


Total, que tuvimos que darnos prisa, el fotógrafo hizo lo que pudo,  en las fotos salimos con cara de estar a punto de perder el tren, y la tata que se emocionó al verme - ¡Ay, si pareces la Virgen del Rocío, la Novia de Málaga...! - ni siquiera pudo llorar a gusto. Fui la novia más puntual de la historia de la ciudad. Las fotos son la prueba. Íbamos entrando con la iglesia casi vacía; según avanzaba la ceremonia, había cada vez más gente y cuando salíamos, mucha más gente con cara de ¿A qué hora habrán empezado estos, que ya han terminado? A los que nos echaron arroz, casi no les dio tiempo a abrir los paquetitos, qué estrés.


Esta receta es de Reme Reina Moreno, y su blog es Este.
 Vital y encantadora, Reme pertenece al grupo de blogueros malagueños Pipirrana, que me han adoptado, tengo esa suerte. Su blog es una delicia, con recetas de todo tipo pero sobre todo, malagueñas. Merece la pena visitarlo.
De todas las recetas de mantecados que he probado, esta es la que más me ha convencido, la de mi amiga Reme. Por eso les he puesto su nombre.

Ingredientes.
1 kg de harina de respostería, del que se reservarán 50 grs para espolvorear la mesa en el amasado.
450 gr de manteca de cerdo ibérico.
320 gr de azúcar glas.
150 gr de almendras marcona, repeladas y tostadas en una sartén sin aceite ni nada.
1 cucharada de canela molida.
1 pizca de nuez moscada rallada.
Para el glaseado:
1 huevo batido.
ajonjolí o sésamo.

Elaboración.
Extender la harina en la placa del horno y secarla a una temperatura de 100º durante 70 minutos, removiendo cada 15 minutos. Hay que secarla, no tostarla. Y como cada horno es un mundo y cada harina un universo, los tiempos son orientativos. La mejor manera de comprobar que la harina está seca, es coger un poco con una cuchara de metal y al volcar, debe quedar sin rastro de harina.
Hay que dejarla secar totalmente antes de usarla.

Triturar las almendras tostadas previamente y ya frías.
Colocar la harina en un cuenco grande y añadir las almendras trituradas, la canela y la nuez moscada.
Batir la manteca a temperatura ambiente con el azúcar glas, hasta que esté cremosa.
Añadir la mezcla de harina y seguir batiendo hasta que haga una masa que se desprenda de las paredes del recipiente.
Es más cómodo hacerlo en amasadora, pero se puede hacer a mano de la misma manera.

Espolvorear la superficie de trabajo con los 50 gr de harina reservados y dar forma de bola a la masa.
Aplanarla con el rodillo dejando un grosor de 2 cm y cortar los mantecados con un cortapastas redondo o con el borde de una copa si no hay cortapastas.
Disponer en la placa del horno, y entrar a temperatura máxima durante 5 minutos, con calor sólo arriba. Esto es importante, porque si damos calor también por abajo, se endurecerán, ya que la harina está seca.
Dejar enfriar y envolver en papel de seda. Yo los corto en cuadrados de 19 cm de lado. Si los podéis comprar ya hechos, mejor.
Con esta cantidad de ingredientes, suelen salir 60 mantecados de tamaño normal.